viernes, 10 de febrero de 2012

La investigación educativa en México

La investigación educativa en México: entre una semiprofesión y una práctica no consolidada
Raúl Osorio-Madrid

De acuerdo con Cleaves (1985), una actividad, ocupación u oficio reúne los requisitos de ser una profesión al presentar las siguientes características: un conocimiento especializado, una capacitación educativa de alto nivel, control sobre el contenido del trabajo, autoorganización y autorregulación, altruismo, espíritu de servicio a la comunidad y elevadas normas éticas.

Las ventajas de la seguridad en el empleo que se obtienen al ingresar al aparato burocrático, tienen su contraparte en la ausencia de autonomía para el ejercicio de la actividad y en la desconfianza de los empleadores sobre el desempeño de los trabajadores.

El profesor Simon Schwartzman (1993) ya argumentaba que la profesión académica
había pasado a adquirir las características de un oficio, ya que el profesor, más que un profesional, era un empleado que debía desempeñar diversas tareas y cumplir con ciertos horarios sin la autonomía del catedrático antiguo. El académico —dice Schwartzman— desarrolla toda una actitud que tiene mucho más que ver con los sindicatos que con los grupos profesionales.



Imbernon (2006b) manifiesta que la docencia ha sido considerada como una semiprofesión en el contexto social, desde una perspectiva sociológica de rasgos profesionales.
Clark (1991: 123) apunta que es una profesión fragmentada y, al referirse al grado
de desarrollo de diferentes campos de conocimiento, califica a las humanidades —como educación y trabajo social— en el nivel de semiprofesiones; Kent (1993, citado por Álvarez, 1999) la define como una actividad azarosamente profesionalizada;
A los académicos se les convirtió en orientadores educativos, tutores, asesores virtuales y directores de proyectos de investigación sin formarlos previamente.


La Encuesta repam se aplicó a una muestra de 2 826 académicos mexicanos de diferentes estratos, ubicados en 81 ies. Se obtuvieron 1 973 cuestionarios debidamente contestados, equivalentes a una tasa de respuesta efectiva del 69.8 por ciento.
El primer aspecto que nos interesa resaltar es la baja remuneración que reciben los académicos como producto de su trabajo, con la consecuente pérdida de poder adquisitivo. Con datos de Comas (2003), encontramos que en 1980 un académico, recibía sin prestaciones, un salario anualizado de 19 964 dólares, y diez años después, en 1990, éste se redujo en un 57%, recibiendo solamente 9 380.30 dólares.


Los académicos no pueden (como lo hacen los miembros de otras profesiones) establecer una tarifa para la diversidad de tareas especializadas que realizan. Las profesiones burocráticas tienen esa limitante. Por ello, y para resarcir la pérdida del poder adquisitivo, el Gobierno Federal aplica programas de reconocimiento a los méritos, la eficiencia y la productividad académica (nota:¿SNI?)

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