Tres cuartas partes de las necesidades que existen en el mundo –dice Kurt Heinzelman (La economía de la imaginación)– son románticas, están basadas en visiones, idealismos, esperanzas, vicios, pecados y afectos.
En consecuencia, la discusión profesional sobre la mala naturaleza de los activos y las subprimes acaba siendo una polémica parcial dentro de un problema de envergadura ética, psíquica y neurótica que incluso muchos meses después del cataclismo los economistas no muestran deseos de señalar.
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La economía, la ciencia social matemáticamente más avanzada, es la ciencia humana más atrasada.
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¿quién no sospecha que los supervisores o las instituciones reguladoras, los gobiernos nacionales, las cumbres internacionales no son otra cosa que un ritualismo primitivo destinado a tratar de simular, mediante vanas liturgias, el tratamiento del mal?
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como hace ya tiempo explica la tesis de la complejidad en física o en neurología, lo importante no son las partes sino, especialmente, las conexiones entre ellas. Como había observado Joseph Schumpeter en 1939, a propósito de las fluctuaciones cíclicas, las fluctuaciones capitalistas no serían, «como amígdalas, órganos aislados que puedan tratarse por separado, sino, como latidos del corazón, parte de la esencia del organismo que los pone de manifiesto».
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La corrupción (política, económica, religiosa, deportiva, municipal), la proclamada pérdida de valores
en la juventud, la decadencia de la escuela, de la justicia de la moral pública, la degradación hiperconsumista,
el hiperindividualismo, el relativismo, la muerte del planeta, los videojuegos, el apaleamiento de las focas, han sido tenidos por denotaciones muy aciagas.
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